Rafael
Sanz Lobato. Pasión y oficio por la fotografía.
Una joven en primer plano con la mirada perdida precede a una
interminable procesión de ancianas enlutadas a cielo abierto[1]...
Esta imagen que vi por primera vez en 1979, en la Real Sociedad Fotográfica
de Madrid, me produce inalterablemente cada vez que la observo sensaciones de
tristeza, aflicción, belleza, pero sobre todo lo que más siento es asombro y
fascinación por su autor; de la misma manera podría enumerar la fotografía del
conjunto de las tres cruces de
piedra, un crucifijo y los once cofrades ataviados con la mortaja el día de
Viernes Santo en la procesión del Santo Entierro de Bercianos de Aliste[2]
o el retrato del niño con cara de
hombre, entumecido, salvo el palillo que rebota sobre el tambor en el
Ladrillar, localidad de las Hurdes[3] y seguiría con
muchas más... la conclusión es que Rafael Sanz Lobato confiere a su obra la
esencia pura del documentalismo, siendo sin duda uno de los maestros españoles
del siglo XX en esta doctrina.
Sin embargo no
quisiera catalogar a Sanz Lobato como un místico seguidor de las tradiciones o
como un profeta de valores costumbristas, a lo largo de su dilatada carrera, y
siempre fiel a su estilo, a desgranado diferentes facetas creativas agrupadas
en tres géneros como son el documentalismo social, el retrato y, más
recientemente, el bodegón, y a pesar de lo discordante que puede parecer en una
primera valoración frívola, ha permanecido y permanece fiel a sí mismo y a su
manera de entender la fotografía, buscando enérgicamente una venerable
confirmación de solemnidad fotográfica.
Interpreta como
nadie la inmensidad de tonalidades del blanco y negro, con connotaciones de un
estilo dinámico, apreciable de forma muy especial en las imágenes de personajes
rurales, fiestas patronales, religiosas o escenas cotidianas como las tomadas
en Atienza, Villanueva de la Vera, Ayllón, Miranda del Castañar, Pastrana, Las
Hurdes, San Juan (Soria) o en la madrileña Verbena de San Antonio.
Es frecuente
escuchar a Rafael Sanz Lobato definirse a sí mismo y a su oficio de fotógrafo
con ironía y autocrítica pero al mismo tiempo con mucha responsabilidad,
enunciando frases rotundas llenas de pasión, oficio y buen hacer como las
siguientes:
“Fotografiar es fácil; saber mirar y ver es
algo más difícil "
"... mi verdadero premio han sido esos casi veinte años de
documentalista de fin de semana con alegrías inmensas, un disfrute maravilloso,
aunque también había momentos de cansancio y de cabreo cuando cometías un error
o se te escapaba una foto. Y ese ha sido mi verdadero premio, no estas cosas
que han venido a destiempo y ya no esperadas"
"Hay gente que se quiere mucho a sí misma y se tienen en un
gran concepto, esa gente posa divinamente, los narcisos posan divinamente"
"Yo, si tuviera vista estaría haciendo ahora las mejores
copias de mi vida, y según dicen mis amigos lo estoy haciendo"
"Alguien te pregunta, ¿y esa foto como la hiciste?, y
contestas "Y yo que sé", primero porque estaba por allí y segundo que
de pronto se presentó la oportunidad, reaccione en una fracción de segundo y
apreté el dedo en un momento decisivo"
"Al montar una exposición hay fotos icónicas, las más
importantes, que son muy pocas, luego están las dignas acompañantes y
finalmente las de tercera línea que no debería ir ninguna, solo las fotografías
de cierta importancia"
En esta exposición,
compuesta por una selección de sesenta imágenes se reproduce la trayectoria
creativa de más de cuarenta años de trabajo y se encuentran representadas todas
las etapas de la obra de Sanz Lobato, pero por primera vez, y después de más de
una reflexión profunda, se mostrará una selección de sus trabajos
profesionales, placas, diapositivas, publicaciones, su fotómetro y su preciada
Nikon F, cámara con la que realizó la inmensa mayoría de las fotografías
expuestas.
Pasión y oficio por la
fotografía.
La exposición Pasión y oficio por la fotografía define
en dos palabras la vida y obra de Rafael Sanz Lobato. Una pasión que surgió de
niño en Sevilla, donde nació y vivió hasta que a los nueve años sus padres
decidieron trasladar su residencia a Madrid. En la ciudad andaluza se pasaba
horas contemplando los rostros y paisajes de
antiguas fotografías familiares, pero fue en Madrid, unos años después,
cuando deseó tener, más pronto que tarde, una cámara de fotos para capturar las
escenas que veía en sus paseos a hacer recados, a la gente de la calle, niños
desarrapados o gente vestida de forma estrafalaria, imágenes que se fijaban en
su memoria y que le hacían expresar de forma insistente la frase "si yo tuviera una cámara...".
Aún así, por mucho que suplicaba a su madre, su deseo no se cumplió hasta los
veintidós años, momento en el que se compró una Braun Paxette alemana con un
objetivo fijo de 50 mm por 1.250 pesetas de la época, un dinero que consiguió
ahorrando todos los meses, desde que comenzó a trabajar, destinando una
cantidad fija mensual para poder alcanzar lo antes posible su propósito: su
primera cámara fotográfica.
Pasión que no ha
desaparecido con el paso del tiempo, y que pudo desarrollar con mayor libertad
cuando se compró su primer SEAT 600, allá por el año mil novecientos sesenta y
dos, lo que le permitía salir de Madrid a recorrer los pueblos de España, desde
Galicia a Almería, de Extremadura a Castilla, cualquier sitio servía para
llevar a cabo lo que él mismo denominaba “documentalismo de fin semana”. En
estos pueblos encontraba gente amable, que no se enfadaba porque le hicieran
una fotografía, al contrario, generalmente contaba con su complicidad, aunque
esto no era trascendente. Eran lugares donde pasaban cosas continuamente, una
mina para su trabajo antropológico.
Precursor del
documentalismo, ha sabido reflejar como nadie el carácter y la diversidad
cultural de nuestro país, con trabajos tan reconocidos como A Rapa das Bestas (Pontevedra, 1970-1975),
Bercianos de Aliste (Zamora, 1971), la Caballada de Atienza (Guadalajara, 1970)
o Auto Sacramental de Camuñas (Toledo, 1969-1970),
reportajes recogidos por otros
fotógrafos como Cristóbal Hara o Cristina García Rodero, al que consideran su
maestro.
En el año 1962 toma
una decisión que marca toda su carrera, se convierte en miembro de la Real
Sociedad Fotográfica (RSF) de Madrid donde permanece como socio solamente diez
años, pero este tiempo queda grabado por numerosos acontecimientos todos ellos
de interés, junto a Carlos Miguel
Martínez, Donato de Blas, Nieto Canedo, Serapio Carreño, Mordi, Landa, Carlos
H. Corcho Botella, José Blanco Pernía y Sigfrido de Guzmán, crea el grupo
La Colmena generando una ficticia oposición a otro grupo histórico denominado La Palangana (formado por Francisco Ontañón, Rubio Camín, Leonardo
Cantero, Francisco Gómez, Gabriel Cualladó, Ramón Masats, Juan Dolcet, Fernando
Gordillo y Gerardo Vielba) y que nace tambien en el seno de la RSF. La
creación de grupos era algo muy habitual en las agrupaciones fotográficas,
donde la afinidad y los intereses comunes producían un caldo de cultivo idóneo
para su nacimiento. Trabajos en común, tertulias y exposiciones colectivas
componían las actividades más habituales de La
Colmena, pero con el paso del tiempo las acciones fueron decayendo y el
grupo acabo desapareciendo. Pero la RSF no solamente era un lugar de reunión,
la biblioteca era el lugar preferido y más visitado por Sanz Lobato, el poder
estar al día de las novedades bibliográficas compensaba las desavenencias con
el eterno presidente Gerardo Vielba, y sus estancias en la biblioteca generarán
un amor por los libros que con el paso del tiempo le harán convertirse en uno
de los más importantes coleccionista de libros de fotografía del país.
Pasa un tiempo y vuelve a crear un nuevo grupo pero en esta
ocasión menos numeroso y con autores ya consolidados en el panorama asociativo
español, junto a Francisco Vila Massip,
Alfredo Sanchís Soler, J.A. Sáez López y Carlos H. Corcho forma el Grupo 5. Las diferencias con La Colmena son indiscutibles, existe una
unión común en relación a los concursos y el movimiento salonista, una
intención de pensamiento sólida y además el residir en diferentes provincias
otorga al grupo fundamento y cordura.
En el año 1983, después de llevar varios años dedicándose de
manera profesional a la fotografía, haciendo varias campañas publicitarias, se
da cuenta que de ha dejado de lado la parte creativa personal y decide
recuperarla. En esta decisión tendrá bastante influencia su amigo Jessi Fernández,
que le insta a trabajar en su estudio, para poder compaginar la faceta
profesional y la creativa, y así surge la idea de los retratos y posteriormente
los bodegones, aunque de manera eventual seguía haciendo alguna fotografía
fuera, como la del niño
del tambor de Las Hurdes, del año 1985.
Retratos a diferentes personalidades del arte, algunos amigos y
otros a los que no conocía pero que se ofrecían a ir a su estudio, captados sin
artificios ni elementos que interfieran, simplemente un fondo y una luz que
parece que nos muestra su aura. Los bodegones, como el propio Rafael plantea,
es un trabajo de madurez, que empieza a fraguarse en su cabeza después de
visitar una exposición del pintor Morandi en Milán y que inicia en los años ochenta, aunque no con muy buena
fortuna. Composiciones realizadas con objetos cotidianos, elaboradas con una
técnica depura y con un dominio de la luz impecable, que como dice el propio autor "Necesitan mucha exposición y un
revelado muy corto. ¿Tiempo? Uno te puede llevar un mes".
Y oficio, porque su
dedicación, desde sus inicios hasta hoy
ha sido plena, y en todos los ámbitos. Al poco tiempo de empezar, y en
la misma tienda donde se compró su primera cámara, preguntó al encargado que
hacía falta para revelar, y así, sin más, aprendió a revelar el solo,
autodidacta, investigando y elaborando sus propios métodos de trabajo, algo que
ha continuado haciendo hasta que el deterioro visual se lo ha permitido. La fama de maestro en el cuarto oscuro le ha
precedido desde siempre, y nunca ha intentado guardar estos conocimientos para
sí mismo, al contrario, no tiene ningún inconveniente en trasmitirlos, llegando
incluso a indicar en algunas de las tiendas de fotografía más reconocidas de
Madrid, que podían facilitar su contacto si algún fotógrafo aparecía
desesperado con problemas técnicos a la hora de tratar las imágenes. En
palabras del propio Sanz Lobato “incluso perdiendo la vista hago mejores
copias que hace quince años, porque es una cuestión de oficio”.
Un defensor férreo
del blanco y negro, con el que obtiene una gama cromática especial y la
tonalidad más extraordinaria que ha dado la fotografía, algo que podremos
comprobar personalmente en las imágenes que componen esta muestra en la que repasamos la trayectoria de los
trabajos documentales, bodegones y retratos de Rafael Sanz Lobato donde su
fidelidad y respeto a sus principios le hicieron merecedor hace poco más de dos
años del Premio Nacional de Fotografía.
José María
Díaz-Maroto
Conservador y Comisario de
la Colección Alcobendas