Imagen de la exposición
"Quien le conozca, lo sabe".
Así termina el texto que ha escrito Juanjo Puerma para el pequeño catálogo que se editará con motivo de la exposición que tendré en el CEART (Centro de Arte Tomás y Valiente de Fuenlabrada, Madrid) el próximo otoño.
Actual, emotivo, personal y con una prosa prodigiosa definiría el texto de Juanjo por lo que considero oportuno publicarlo en el blog.
Con Chema Madoz y Juanjo Puerma en Galapagar. 2011
En El Libro de la Nada, Osho asevera: “No hay distancia entre tú y el final del camino. Eres el buscador y eres lo buscado. Eres el adorador y eres lo adorado ”. El territorio de Díaz-Maroto no es uno de tantos porque por él, él transita con el porte de quien ya conoce sus caminos; es el hombre que, recorriéndolos, se halla. Y también sabemos que se adora. Entonces, ¿hablaba Osho de Maroto? Conociendo a José María no es de extrañar que este maestro zen tenga una tarjeta de visita suya.
La vida de algunas personas también late en otras muchas vidas posibles, vidas distintas a esa otra que suele malinterpretar nuestros propios deseos y anhelos. Cuando el Díaz-Maroto fotógrafo se cuelga la cámara del cuello, ya está respirando en una de sus vidas posibles. El resultado son tomas fotográficas que José María hasta podría atreverse a ver con los ojos cerrados, porque él fotografía impresiones y recuerdos, aromas de luz y color, sensaciones, instantáneas de un aquí y ahora fugaz captado con vocación de hacerlo permanecer. Pero nosotros, los profanos, ¿qué vemos en sus fotografías? O mejor, ¿qué podemos ver? Quizás no existan otros mundos pero sí existen otros ojos, miradas distintas que crean realidades, ojos que se desacostumbran para poder ver y observar lo común de otra manera y aún sorprenderse y sorprendernos; ojos capaces de descubrir esos otros mundos que, con otros ojos, no existen. No por casualidad fue un visionario como George Orwell quien dijera que ver lo que se tiene delante de los ojos exige un esfuerzo constante. Con sus fotografías, José María Díaz-Maroto nos minimiza ese esfuerzo. Acertaba la espléndida fotógrafa Pilar García Merino cuando decía de Díaz-Maroto que él lograba sus fotografías como `sin querer´. Y aún así o quizás por eso, sus fotografías son como las gotas gordas de una pasajera tormenta de verano: oportunas y refrescantes. Y calan. Hojeando este libro se podrá oler el aire limpio que dejan.
No puedo terminar sin decir que las personas felices – y con cocientes intelectuales que descarten la idiotez- deberían ser declaradas un bien común y Patrimonio de la Humanidad. José María Díaz-Maroto pertenecería a esa estirpe de hombres felices que, inteligentemente, aún mantienen el quehacer vitalicio de darse cuenta de que lo son. El escritor alemán Ernst von Feuchtersleben decía que el arte no sirve para consolar; quiere ya a consolados. Y, verdaderamente, en el ánimo y alarde de sus fotografías, José María Díaz-Maroto se retrata. Pero él es, también, el hombre de las gestiones y gestaciones, el hombre que cree para poder ver lo que está por ver, el que resuelve, un no fumador muy capaz de dar relevancia al humo sólo porque éste puede elevarse. Quien le conozca, lo sabe.
Juanjo Puerma
Portada del catálogo CEART
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